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Espiritualidad

Almas del Purgatorio

A nosotros, todavía peregrinos en este valle de lágrimas, nos cuesta entender la inmensidad de tal dolor.

Sobre el Purgatorio, Jesús ya decía:

Muéstrate conciliador con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.

«Te lo aseguro: no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo” (Mt 5,  25-26).

Jesús hablaba a los apóstoles acerca de los castigos que esperan a los pecadores después de la muerte. Antes se había referido al fuego de la gehena –el Infierno–, una prisión eterna. Pero aquí habla de una cárcel de la que se puede salir, siempre que se haya pagado la deuda hasta el último céntimo.

Esa prisión temporal –un estado de purificación para los que mueren cristianamente sin alcanzar la perfección– es el Purgatorio. Prisión misteriosa y temible, pero donde reina la esperanza y los quejidos de dolor se mezclan con himnos de amor a Dios.

Estimado lector, aquí tenemos un asunto del que poco se habla pero cuyo conocimiento es vital para nosotros y nuestros seres queridos que dejaron esta vida.

Lo invito a repasar conmigo diversos aspectos de este importante tema.

La fiesta de difuntos

El 2 de noviembre, la sagrada liturgia se acuerda de forma especial de los fieles difuntos. Después de regocijarse el día anterior, en la fiesta de Todos los Santos, por el triunfo de sus hijos que ya alcanzaron la Gloria del Cielo, la Iglesia dedica su maternal desvelo a los que sufren en el Purgatorio y claman con el salmista: “Saca mi alma de la cárcel para que pueda alabar tu nombre. Me rodearán los justos en corona cuando te hayas mostrado propicio a mí” (Sal 141, 8). La génesis de esta fiesta está en la orden benedictina de Cluny, cuando su quinto abad san Odilón, instituyó en el calendario litúrgico cluniacense la “Fiesta de los Muertos”, dando a sus monjes la ocasión de interceder por los difuntos y ayudarlos a entrar en la bienaventuranza. A partir de Cluny esta fiesta se fue extendiendo entre los fieles hasta su inclusión en el Calendario Litúrgico de la Iglesia, volviéndose una devoción habitual del mundo católico.

¿Por qué existe el Purgatorio?

En primer lugar debemos considerar que después de nuestra muerte no seremos juzgados según nuestro criterio personal, pues “la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, porque el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón” (1 Sam 16, 7) Estaremos ante la presencia de un Juez sumamente santo y perfecto, y en su Reino “nada impuro puede entrar” (Ap 21, 27) En efecto, ante la presencia de Dios, de su Luz purísima, el alma percibe en sí cualquier pequeño defecto, juzgándose ella misma indigna de tal majestad y grandeza. ¿Qué son estas manchas que deben purificarse en la otra vida? Son resquicios de apego exagerado a las criaturas, es decir, las imperfecciones y los pecados veniales, así como la deuda temporal de los pecados mortales ya perdonados en el sacramento de la Reconciliación. San Francisco de Sales nos dice que las almas en este estado “se purifican voluntariamente, amorosamente, porque Dios así lo quiere” y “porque están seguras de su salvación, con esperanza inigualable».

La pena del Purgatorio

Los dolores sufridos en ese lugar de purificación son “tan intensos que la mínima pena del Purgatorio excede a la mayor de esta vida” (Suma Teológica, Supl., q. 71, a. 2). Incluso así, san Francisco de Sales pondera que “el Purgatorio es un feliz estado, más deseable que temible, ya que las llamas que hay en él son llamas de amor».

¿Cómo entender que ese terrible sufrimiento esté al mismo tiempo traspasado de amor? Verdaderamente, el mayor tormento de las almas del Purgatorio –la “pena de daño”– es causado por el amor. Dicha pena consiste en el aplazamiento de la visión de Dios. El hombre, creado para amar y ser amado, descubre al abandonar esta tierra la inefable belleza de la Luz divina, y a ella tiende con todas sus fuerzas, como el ciervo sediento corre en dirección a la fuente de las aguas. Sin embargo, viendo en sí el defecto del pecado, queda privado temporalmente de tan pura presencia.

Entonces, lejos de Aquel que es la suprema y única felicidad, el alma padece sufrimiento incalculable.

A nosotros, todavía peregrinos en este valle de lágrimas, nos cuesta entender la inmensidad de tal dolor. Vivimos sin ver a Dios aunque creamos en él. Somos como ciegos de nacimiento, nunca hemos visto el Sol de Justicia, que es Dios, y aunque sintamos su calor, no podemos hacernos idea de su resplandor y grandeza.

Sin embargo, las almas benditas del Purgatorio, al abandonar el cuerpo inerte, disciernen la inefable y purísima belleza de Dios, sin que la puedan poseer inmediatamente. Santa Catalina de Génova emplea una metáfora muy expresiva para explicar este dolor: “Supongamos que en el mundo entero no hay más que un solo pan para saciar el hambre de todas las criaturas, y que con sólo verlo quedan satisfechas.

Disposición de las almas en el Purgatorio

Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, aconseja con vehemencia: “Esforcémonos por hacer penitencia en esta vida. ¡Qué dulce será la muerte de quien de todos sus pecados la tiene hecha, y no ha de ir al Purgatorio!” Sin embargo, su discípula santa Teresita del Niño Jesús formula de manera sorprendente su actitud frente al Purgatorio: “Si tuviera que ir al purgatorio me sentiré muy dichosa; haré como los tres hebreos en la hoguera, caminaré entre las llamas entonando el canto del amor».

Una actitud no se contrapone a la otra, más bien se completan. Incluso si tuviéramos que pasar por un sitio tan doloroso, conservemos una confianza ilimitada en la bondad divina.

De cualquier modo, la Santa Iglesia coloca maternalmente a nuestra disposición las indulgencias, para librarnos de las penas del purgatorio. Pero esta temática puede quedar para otro artículo.

Ayudemos a las benditas almas del purgatorio

No debemos pensar sólo en nuestro destino personal; preguntémonos también cómo ayudar a las almas que allí están en espera de su liberación. Ellas no pueden hacer nada por sí mismas, pues están privadas de alcanzar méritos, y dependen de nosotros. Interceder por ellas es una bellísima y valiosa obra de misericordia, pues en cierto modo, nadie hay más desamparado que estas benditas almas. La costumbre de rezar por las almas de los difuntos viene del Antiguo Testamento. Diversos Padres de la Iglesia fomentaron también esta práctica, como san Cirilo de Jerusalén, san Gregorio de Nisa, san Ambrosio y san Agustín. El Concilio de Lyon enseñaba en el siglo XIII: “para aliviar estas penas, [a las almas] les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, es decir, el sacrificio de la Misa, las oraciones, limosnas y otras obras de piedad que, según las leyes de la Iglesia, han acostumbrado hacer unos fieles por otros». ¡Cuán bella es la devoción a las benditas almas del Purgatorio! Agradable a Dios, y nos aprovecha también a nosotros, transportándonos a la verdadera dimensión cristiana de la existencia, que nos hace vivir en contacto y comunión con lo sobrenatural, con lo futuro en el sentido más pleno de la palabra. ¡Cuánto nos serán agradecidas estas pobres almas al recibir nuestro interés y nuestro auxilio! Podrán ser nuestros parientes, o hasta nuestros padres. Quizás sea incluso alguien a quien no conozcamos, pero de quien recibiremos una afectuosísima acogida en la eternidad. En el Cielo, y mientras todavía estén en el purgatorio, rezarán con ahínco por nosotros, porque Dios así se los permite. A modo de conclusión, quisiera hacer una propuesta al lector: ore por estas almas necesitadas, ofrezca la Santa Misa, dé limosna, bríndeles sacrificios y haga que otros se vuelvan devotos fervorosos de las benditas almas. ¿Sabe quién será el más beneficiado? ¡Usted mismo!

Fuentes documentales sobre el Purgatorio

La doctrina católica sobre el Purgatorio fue definida en especial durante en los Concilios de Florencia (1438-1445) y de Trento (1545-1563) tomando como base la Escritura (2 Mac 12, 42-46; 1 Cor 3, 13-15) y la Tradición, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1030-1031).

La Constitución Dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, aborda la cuestión en su número 50.

En su solemne profesión de fe titulada Credo del Pueblo de Dios, realizada el 30 de ju­nio de 1968, el Papa Pablo VI incluye a las almas “que deben purificarse todavía en el fuego del Purgatorio” (n. 28).

El Papa Juan Pablo II se refiere al Purgatorio en varios documentos: – Mensaje al Cardenal Penitenciario Mayor de Roma, 20/3/98; – Carta al obispo de Autum, Châlon y Mâcon, Abad de Cluny, 2/6/98; – Audiencia General del 22/7/98; – Audiencia General del 4/8/99; – Mensaje a la Superiora General del Instituto de las Hermanas Mínimas de Nuestra Señora del Sufragio, 2/9/2002.

Padre Carlos Werner Benjumea, EP

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